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Cuando el hogar duele

Cuando alguien de la familia muere, o ocurre una separación conflictiva, o algún desarraigo no esperado, se presentan cambios en el habitar del hogar. El uso del espacio se modifica aunque queden en él los recuerdos de la vida pasada. El hogar cierra un ciclo para abrir uno nuevo en la misma casa. Es vital darle lugar al duelo. 

Los cambios que vive el hogar cuando duele, se pueden dar de dos maneras: negando y reprimiendo lo que sucedió; o dando lugar a lo que duele para transformarlo.  

Cuando se niega, se reprime lo vivido, se tiende a sufrir por dentro disimulando por fuera para evitar que el entorno genere incomodidad. ¿Vas a seguir viviendo acá? ¿Con las mismas cosas? Sí, no pasa nada, ya pasó. ¿Vas a reformar ahora, en medio del divorcio? Sí, así me ocupo con esto. El evitar darle lugar al sentir que traen los conflictos vinculares o los duelos, crea emociones distorsionadas que se traducen en pesadez cotidiana o en descargas a la obra. Cuando se busca en una reforma “salvar” la emoción reprimida, estar ocupados para no tener tiempo de sentir lo ocurrido, aparecen síntomas de ansiedad, ira, frustración, que se expresan a través de excesos emocionales como: “me arruinaron la vida”, frase dicha cuando encuentra, al mirar con una lupa, un punto sin pastina en las juntas de los porcelanatos del baño. Situación que se resuelve al instante y, a su vez,  es una labor artesanal que no corresponde evaluar con lupa. Son verdaderas alertas del desorden profundo que conducen a experiencias caóticas. 

Hay infinidad de casos donde se descarga con la casa el estado interno reprimido. Al bloquear el dolor de lo vivido, el mismo se duplica, al tocar la arquitectura que lo contuvo, entonces al dolor no resuelto se le suma un conflicto nuevo que remueve el dolor latente, generando doble situación a resolver.

Otra es la vivencia cuando se le da lugar, se nombra y se acepta el dolor que trae lo sucedido, evitando depositar la solución del mismo en el afuera. Llegando a resignificar la casa para crear un nuevo hogar, trayendo crecimiento personal con la vivencia. Para que esto ocurra es necesario darle lugar, liberar la energía de la situación dolida desarrollando recursos internos que permitan rehabitar la casa, creando un nuevo hogar desde la expresión genuina de quien lo habita. Aquí la arquitectura deja de ser salvadora para convertirse en compañera del proceso. En un camino que vamos descubriendo desde adentro hacia afuera, con foco en reconocernos en nuestro presente para habitarlo y al hacerlo reparamos, sanamos, expresando nuestros nuevos hábitos y búsquedas en el hogar que nos cobija.

Se requiere de tiempo consciente, de trabajo cuidadoso sobre las emociones, los espacios, los muebles y las cosas para integrar el sentir y los símbolos que acompañan al espacio y su arquitectura, evitando dañar las estructuras psico-energéticas al reconocer que es lo que duele y darle lugar a que se muestre mientras se encuentran las cualidades humanas que abren a nuevas formas de ver la situación. La energía del hogar y de las personas que allí viven, busca ordenarse, limpiarse, reconocerse, asumir la nueva realidad, dando paso al ser genuino en su nuevo habitar.