Cuando como profesionales asumimos como cierto el “programa de necesidades” que la familia expresa sin indagar sobre el sustento de esa búsqueda/deseo previo a proyectar, estamos diseñando desde un deseo aparente que puede estar condicionado protegiendo emociones ocultas que van a ir apareciendo de todas formas en algún momento. Lo que evitamos surge aún con más fuerza, saliendo a la superficie de forma abrupta o excesiva interrumpiendo el proceso expresivo constructivo. Existen acuerdos, obediencias, culpas, sumisiones; situaciones que la mente necesita controlar, lo hace a través de justificar las necesidades, “porque queremos estar más cómodos”, “porque las niñas están grandes y necesitamos más privacidad”, “porque me divorcié y necesito sentirlo mío este lugar”.
¿Qué hay escondido en las necesidades?
¿A qué responden?
¿Nos son propias?
A la hora de proyectar arquitectura es vital saberlo.
Para eso se busca dar lugar a sincerarnos con el querer, el poder, el merecer, el aceptar, el sanar y evitar así crear condicionadamente, acción que se traduce en conflictos vinculares durante la obra. Son las escenas, escenarios y emociones las que se ponen en juego para ordenar, limpiar y enfocar un programa de necesidades sincero a la amalgama esencial de la familia.
La incomodidad es un diamante que quiere ser descubierto para brillar iluminando el recorrido.
LA METÁFORA DE LA TORRE
El fuego parte y rompe la corona, mientras arden y caen las ilusiones, las cosas, las personas. Adelante de la torre alguien llega de lo alto con su cuerpo desparramado, mientras por detrás otra trata de aferrarse a la base.
Cuando nos apuramos para terminar sin cuidar el recorrido, cuando hacemos para no sentir, para evitarnos y apilamos piedras y piedras sin observar; es el fuego que reside en la transformación inevitable el que comienza a incendiar el proceso; a iluminar lo no visto a través de la crisis, llegando hasta expulsar del hogar a las personas que lo habitan.
Una sensación de urgencia con la obra construida es una alarma que nos anticipa a cuidar el paso a paso durante el proceso. Si bien hay múltiples razones para sentirla, es importante profundizar sobre las expresiones del deseo, detectar la incomodidad como punta del ovillo de condiciones, mandatos y cualidades vinculares en donde la ansiedad toma la posta y justifica evitando mostrar el sentir que se esconde en la acción.
Antes de intervenir en la materia es sincero revisar los estados de salud vinculares, resolverlos y después expresarlo en la transformación del hogar. Modificar la casa no salva a la pareja, ni sana a los hijos. Es curiosa la cantidad de separaciones que ocurren luego de construir o reformar el hogar. Lo que sucede con los vínculos durante el proceso, o lo que se quiere tapar con la construcción, es un tema a reflexionar.
Nos merecemos construir sintiendo, disfrutando, atravesando con confianza las dificultades y así lograr una torre sólida de base sincera.