Comenzamos a buscar alquiler para mudarnos. Sabiendo que la casa que había sido el hogar de mis abuelos estaba desocupada hacía un año. En mi cabeza no entraba la posibilidad de vivir ahí, me veía viviendo en el pasado, no podía imaginarme construyendo nada nuevo allí. Era el hogar de mi infancia, con mis abuelos, con mis tíos, la terraza con los perros, la cocina y las meriendas… tenía mucha memoria, mucho vivido.
Una noche “desvelada” me doy cuenta que era una gran posibilidad. Me digo a mí misma: si no estamos a gusto, nos volvemos a mudar. Comienzo a sentir una gran tranquilidad, podíamos elegir movernos, podíamos elegir quedarnos, lo que quisiéramos. Se nos abría una nueva alternativa. Previo a mudarnos había que cerrar el ciclo del hogar anterior. La casa había quedado tal cual la había dejado mi abuela. Ese hogar había cobijado la vida de la familia con cada uno de sus ciclos durante 60 años.
Hubo un tiempo de fuelle donde mi mamá y mis tíos resolvieron qué hacer con las cosas, con los muebles, con las reliquias. Mientras tanto yo iba y le agradecía al hogar lo vivido. Me quedaba en silencio, lo sentía, lo revivía y me despedía. En simultáneo iba abriendo el espacio hacia lo nuevo, hacia el ahora, limpiando, cantando. Comenzábamos a imaginar cómo sería, a recorrerlo dibujando qué sucedería. Hubo dos años meses donde la materia y la energía de una familia cerraba un ciclo, para darle paso a otra familia con su habitar, naciendo así un nuevo hogar.
Al mudamos, me sorprendí profundamente. La casa me parecía nueva, estaba vacía y aunque no se había hecho ninguna reforma, salvo pintar eligiendo los colores, la sentía desconocida. Tenía que esforzarme para ir al pasado y recordar dónde se ubicaban las cosas. Así, pude vivenciar un gran despertar. Cómo una casa es diferente a un hogar y cómo la materia y energía que lo componen, nacen, mueren y renacen; y que, aunque sea la misma casa, es diferente su habitar, entonces es otro. Pasaba algo curioso, cada vez que venía algún familiar se ponía a mirar con cierta rareza, recordando las vivencias, qué estaba esto acá, qué estaba lo otro allá, ¿qué había acá? les sonaba desconocido, un lugar profundamente conocido, amado y vivido.
El hogar de mis abuelos se fue con ellos y su casa se había transformado para abrazarnos.