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Prácticas del Habitar

Dibujo Alquímico

Cierro los ojos. Elijo un elemento. Busco los bordes del papel. Dejo que la mano dance. Hay un río que fluye. En un momento gana intensidad sobre un mismo lugar, aprieto el lápiz blando y siento furia hecha trazo. El impulso zigzaguea en un movimiento continuo hasta desaparecer. La vivencia me pide que cambie. A tientas voy hacia otro grafito. Hago puntos. Hago rayas. Detengo el movimiento. Me aflojo. Siento los ojos llenos de agua. Quiero llorar. No puedo.

Comienzo a emitir trazos fuertes. Encuentro lugares densos. En mi nuca se atasca la circulación del aire mientras las líneas rayan la hoja y muestran la presión que ahí se acumula. Dejo de dibujar. Bostezo. Vuelvo a sentir las lágrimas que no han ocurrido. El espacio está ocupado por pensamientos aferrados a patrones y deberes impuestos. Los escucho. Los escribo. Ubico una de mis manos en el lugar que pide mi cuerpo y respiro. Exhalo la densidad que reside en las profundidades. Hago lugar. El recorrido se ilumina. Se despeja para integrar el dolor y el aprendizaje.

Hacer foco, e intencionar un propósito previo a la experiencia, guía el rumbo. Quitar las expectativas. Abrir las puertas al dibujo alquímico lleva al cuerpo a explorar sus otros sentidos y emitir información directa hacia el papel. Emoción plástica. Dejarse llevar por el movimiento es la clave. Hay un instante en el cual se cierra el canal de información y se termina el dibujo. Al abrir los ojos aparece una imagen/registro que aporta claridad sobre una situación o estado. Se devela lo oculto.

En cada vivencia me entrego a que suceda. No controlo la experiencia. No puedo, aunque a veces quiera. El trazo se expresa con sinceridad desde el propio movimiento. Cada vez que lo vuelvo a ver ocurren despertares. Se dibujan nuevas formas.

¿Me animo a ver mis sombras?

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