Preparo el espacio y los elementos para dibujar. Encuentro un dibujo delineado hace un año atrás. Es idéntico a la imagen recurrente que se me presenta en la oscuridad. Dejo que los colores aparezcan y me enfoco en las palabras que busco habitar. Creación. Nido. Agua. Hay un pulso que se crea entre la entrada y salida del aire y las líneas. Los colores que enuncia la mente traen memorias. Emociones. Repeticiones. Vuelvo a la atención plena. Me encomiendo al símbolo que aparece. Me entrego a la danza. Registro. Nacen pirámides desde arriba y desde abajo. Se enlazan. Me envuelven en dorados brillantes. Siento a la fuerza primal subir desde mis apoyos. Me recorre por atrás hasta el éter. Agradezco. Reconozco cómo mutan las oscuridades y comienzo a renacer.
La información que devela el dibujo excede la lógica mental, pertenece a otras esferas.
Cuando se deja salir la geometría que se intuye; es ella la que nos muestra, a través de sus trazos, las escenas, el registro del cuerpo, los elementos y las emociones que llevamos dentro. Una vez afuera nos abre lugar a observar y descubrir qué información busca ser vista, llevándonos más allá de nuestros límites, de nuestras condiciones, para reconocer las sombras que buscan integrarse a la luz.
¿Reconozco mi fuerza?